domingo, agosto 12, 2007

Papas y Lechugas, descansen en paz

Ahora si que Dostoievski habría sido completamente feliz pasando un invierno en Santiago, y no habría tenido que esperar más la nieve en vano. Ni Paris Hilton lo cree, y Homero Simpsons le echa la culpa al calentamiento global. Nadie sabe lo que pasa, cuando de repente la lluvia se transforma en nieve, y cubre a la mismita virgen del cerro San Cristóbal. Let it snow, let it snow canta frosty, the snowman. Y todo se vuelve tan norteamericano, tan escandinavo y tan, tan nevado. Los periodistas tienen que salir a cubrir la noticia con 100 grados bajo cero (Dani, te hallo toda la razón con esto de los periodistas) y tienen que saber tener una sonrisa y aguantar las pelotas de nieve que le lanzan los pendejos que aparecen atrás, sacando sus skies y patincitos en el barrio alto, y los cartoncitos y bolsas plásticas en el resto de Santiago. Pero así es la cosa, y parece que por un momento nos alegramos y dejamos de ser tan pesaditos, y ya no nos molesta el frío que hace en la mañana, el gastar más plata en parafina-gas-combustible-electricidad-escaldasono, el gastar más plata en las sopaipilla-chocolate-picarones-cosa hipercalórica, y esperar la micro en un exquisito refrigerador. Pero luego de ver toda esa felicidad que reinaba en Santiago por esos días, me di cuenta que fui el único que no disfruto de la nieve (junto con frutas y verduras, q.e.p.d.), y que en mi casa fue la única en que no nevó. LA ÚNICA. Me asomé por la ventana, a ver que pasaba con el resto de mis queridos vecinos, y vi sus techos cubiertos por la alba nieve. A esas alturas todos tenían su monito armado, con bufanda, con gorrito, con bracitos y mitones. Cerré la ventana para no presenciar más aquel macabro espectáculo que me brindaban -a estas alturas- mis odiados vecinos, así que me incline y me puse a rezar. Una vez que terminé los cien rosarios, corrí raudo a la ventana, con la espedanza de ver la nieve caer sobre mi casita. Pero NO, NO había nada de nieve, y es más, mi vecinos malditos ya tenían iglúes construidos fuera de sus casas, y yo NADA. Uhm...de pronto la ampolleta se me prendió, y me acordé de algo que uso con muy poca frecuencia, así que me metí a mesinyer, porque alguno de mis contactos adorables debía estar en la misma triste situación que yo. Qué era todo esto, ¿una confabulación en mi contra?, ¿Estaba detrás de esto el Viejo Pascuero? ¿O Ricardo Lagos Weber? ¿Algún canadiense? Por qué rayos todos mis contactos tenían los siguientes nicks: Está nevando en mi casa waajajaj rebolledo, Uhh como cae la nieve, queeee baaakan la nieve, yupi está nevando, eh eh eh nieBe (para que vean lo culto que son mis contactos), baila el koala y cosas por el estilo. También nevaba en la casa de mis contactos favoritos, y en la mía, seguía sin nevar. Tan mal me he portado como para no recibir mi centímetro cúbico de nieve. ¿El viejo pascuero habría cambiado su trozo de carbón mugriento, por impedir que cayera nievecita en mi casa? Yo no sé nada de ese viejo huevón desde los ocho años, así que algo más debía estar detrás de todo esto. Fue así como emprendí un entretenidirijillo viaje al vaticano en busca de respuestas concretas a mi problema. De cómo me fue con el Papa, eso lo contaré en el próximo capítulo de Y DÓNDE ESTÁ MI NIEVE?...CHAO.